martes, 6 de febrero de 2007

JOSé LUIS L. ARANGUREN Y EL CALVINISMO

Leopoldo Cervantes-Ortiz

17 de marzo, 2006


Protestante Digital, 2006, www.protestantedigital.com/new/leerarticulo.php?546

José Luis L. Aranguren fue uno de los primeros estudiosos españoles en acercarse a Calvino, aun cuando lo hizo desde una perspectiva sumamente crítica. Su análisis está marcado por una fuerte impronta católica, pero no deja de observar agudamente los alcances de la influencia de Calvino y su tradición en la civilización occidental. De ahí la importancia de sus planteamientos.La historia del calvinismo es completamente diferente. En su origen no aparece un reformador de tremenda y exaltada genialidad, sino un hombre frío, equilibrado, severo, ordenado y sistemático. Un hombre que, precisamente por no ser extraordinario, funda una religión mucho más practicable que la luterana y que, por no tener genialidad, en vez de sofocar con ésta a sus sucesores, permitirá que ellos desarrollen aquellos elementos de su doctrina más acordes con el sentido de los tiempos nuevos.
[1]


José Luis L. Aranguren (1909-1996) fue uno de los más notables filósofos españoles del siglo XX. Estudió derecho y filosofía. Fue catedrático de Ética en la Universidad de Madrid y un intelectual sumamente influyente. En febrero de 1965 encabezó una marcha estudiantil en protesta por la falta de libertad de asociación. Ese mismo año fue privado de su cátedra, a la cual se reintegró en 1976. Entre sus obras se cuentan: Ética (1958), La ética de Ortega (1958), Ética y política (1963), Moral y sociedad (1966), El marxismo como moral (1968), El cristianismo de Dostoievski (1970), La cultura española y la cultura establecida (1975), Bajo el signo de la juventud (1981). Sus obras completas han sido publicadas por la editorial Trotta.


A su muerte, fue reconocido como lo que siempre sintió que era: un “cristiano heterodoxo” que apreciaba más el cristianismo en su vertiente eclesial que eclesiástica. Decía que su iglesia se había convertido en una especie de “empresa multinacional” en la que el Espíritu está representado por administradores y que la gracia y la religión estaban burocratizadas. Rechazó la idea de que la ética y la religión se excluyen mutuamente y afirmó que “el fundamento, la razón de ser de la moral es la esperanza, la fe como fiducia, y esperanza es esa puesta en camino, esa búsqueda”.[2]


Su interés por el protestantismo se evidencia desde el tema de su tesis doctoral, El protestantismo y la moral (1951, publicada en 1954) y en Catolicismo y protestantismo como formas de existencia (1952), primer libro escrito en España por un intelectual católico con el ánimo no de refutar sino de entender al protestantismo. En ambas obras, su abordaje es estrictamente filosófico, aun cuando su perspectiva católica nunca desaparece, por su énfasis comparativo.


1. Calvino y su tradición desde una perspectiva existencial


La palabra clave de este análisis es el talante, esto es, el carácter o espíritu de una ideología o corriente de pensamiento. Lo explica así, en la introducción de Catolicismo y protestantismo...: “El sentimiento, estado de ánimo o talante es una disposición espontánea, pre-racional —próxima a la pura sensibilidad de la terminología escolástica—, un encontrarse, sin saber por qué, triste o alegre, confiado o desesperanzado, angustiado o tranquilo en medio del mundo”.[3] La actitud, sería un talante informado, apoyado en la tradición, que produce un sentido o estilo de vida. La distinción de talantes entre catolicismo y protestantismo es el tema de todo el libro, para lo cual estudia primero a Lutero y su teología, así como su actualidad, para luego abordar a Calvino y el calvinismo contemporáneo, en la segunda parte se acerca al anglicanismo, el catolicismo de la Contrarreforma y el jansenismo de Pascal, para al final ocuparse de el catolicismo de Unamuno, la situación del catolicismo actual y reflexionar sobre la lejanía y cercanía de Dios en la época contemporánea.


Algo que llama poderosamente la atención es la lectura de Karl Barth como trasfondo inevitable de todo el libro, algo inevitable para quien escribió a mediados del siglo XX. Así, se ocupa de la “teología dialéctica” al rastrear la presencia de Lutero y su continuidad en las ideas de Kierkegaard y Rudolf Otto, sobre la alteridad absoluta de Dios, rasgo característico de la teología barthiana.En la primera parte, “Calvino y su doctrina”, el autor diferencia a la tradición reformada de la luterana al subrayar que “la Reforma latina” fue creación del humanista Calvino, a tal punto, que su esfuerzo confluye con la Contrarreforma en el sentido de que intentó conciliar el Renacimiento con la fe cristiana. Sobre la predestinación, Aranguren advierte que es el punto central de la teología calviniana y señala: “Aparentemente hay una inconsistencia en el hecho de que a una doctrina como la calvinista de la Predestinación, mucho más aterradora que la luterana, corresponda un temple vital más calmoso y sereno”.[4]


Luego de referirse a la supuesta superstitio de Calvino, afirma que éste hizo del protestantismo todo un sistema y que sus seguidores “iniciaron el proceso moderno de reducción de la religión a simple moralidad”.[5]Aranguren subraya la creencia eclesiológica de Calvino y ve en ella el surgimiento de una nueva seguridad que ya no se fundamenta en la Iglesia sino en la inadmisibilidad de la justicia humana y en la certeza de la salvación. Observa, además, que la interiorización religiosa de Calvino es mucho más radical que la de Lutero, así como su perspectiva de los sacramentos como simples signos exteriores por medio de los cuales Jesucristo representa y testifica su buena voluntad y su promesa. En cuanto a la liturgia, Aranguren recuerda al enorme desconfianza calviniana en relación con la magnificencia exterior de las ceremonias. El análisis concluye con una crítica a la eclesiología de Calvino, donde percibe un cierto “racismo” al trasladar las consecuencias profundas de la predestinación.


En “Karl Barth, otra vez”, se ensaya una caracterización de la obra del teólogo suizo como continuador de Kierkegaard, sobre todo por la Epístola a los Romanos (1919). Las conexiones que encuentra Aranguren entre esta teología y el existencialismo se ven matizadas por la relación con la teología de Calvino, pues aunque reconoce que Barth se aparta en buena medida de la doctrina de aquél sobre la predestinación, ubica a ésta inmediatamente después de la doctrina de Dios e inmediatamente delante de la doctrina de la creación. Donde percibe mayor discontinuidad con los reformadores es en la doctrina de la fe fiducial, pues, comenta: “Barth ‘regresa’ a una fe que ‘vive de su objeto’ y consiste en asentimiento a la Revelación”, además de que “acentúa, siguiendo a Calvino, el aspecto obediencial y adoracional de esta última, y reconoce la imposibilidad de construir una teología completamente separada de toda filosofía”.[6]


2. La moral calvinista


En El protestantismo y la moral, libro que subraya y profundiza algunos temas del libro anterior, antes de estudiar los aspectos éticos del calvinismo, Aranguren identifica cuatro grandes aspectos en la doctrina calviniana: el énfasis en la majestad de Dios, la predestinación, la utilidad de la ley y la obediencia. Su conclusión es muy sugerente:

Ninguna confesión ha hecho estribar la esencia de la religiosidad tan abrumadoramente como la calvinista en el sometimiento a las Órdenes divinas; ninguna fe ha reducido como ésta la personalidad humana a simple ‘herramienta’ en las manos de Dios [aquí cita a Max Weber]; ninguna religión ha enfatizado en tal grado la ‘dependencia’ en que el hombre está de Dios. Esta unilateralidad en la concepción de la vida religiosa tenía que terminar, dentro de la corriente histórica moderna de la progresiva afirmación del hombre frente a todo lo no humano, en la actitud contraria: la proclamación del hombre como fin en sí mismo, independiente y autónomo.[7]

Es justamente la autonomía humana el punto de partida para el análisis de la moral calvinista, pues, observa Aranguren, “la autonomía kantiana y poskantiana se opone, ciertamente, a la teonomía calvinista, pero a la vez deriva de ella.[8] Al contrastar nuevamente el calvinismo con el luteranismo, sobre todo en sus relaciones con la modernidad, pone de relieve —siguiendo a Weber— el concepto, dinámico y subjetivo, de vocación o llamamiento, que “hace referencia a la tarea individual de cada hombre, aquella a la que Dios le llama. (Tarea práctica y externa; no se trata de una pura ‘vocación’ interior en la acepción que esta palabra [...] tiene en español, sino de un quehacer determinado en el mundo.) Vocación, pues, como llamada concreta a una ocupación activa”.[9]

Para el calvinismo esta realidad es el motor de la acción humana y de la ética.La moral calvinista, añade Aranguren, tiene un carácter reduplicativo porque “se ha ido haciendo a través de la vida, como ordenamiento práctico de la conducta humana y no en virtud de teorías”.[10] Los calvinistas inventaron sobre la marcha y pusieron por obra una moral que configura el cuadro de las virtudes cristianas, entre las que sobresalen, por mucho, el trabajo y la disciplina, con lo que se afirma la superioridad de la vida activa aun cuando se desprecien algunas áreas de la vida humana como el juego, la literatura y el arte, debido a su “sabor de vanidad”. El cuadro de las virtudes calvinistas, afirma Aranguren, “está montado sobre una distribución correlativa de pasiones dominantes y reprimidas”.[11]

Por todo ello, la actividad calvinista en el mundo se orienta hacia los negocios, pero en el sentido etimológico de la palabra (“negación del ocio”), no en el peyorativo, y en eso estriba la grandeza del espíritu puritano, en su sentido moral. De ahí procede, entonces, todo un universo semántico y práctico: bien común, riqueza, honradez, honestidad, al grado de que, como recordaba Weber, el proverbio “Honrado como un hugonote”, era usual en el siglo XVII. La religión se “reduce”, así, a honradez y justicia, primer paso para la actitud meramente utilitaria, según el filósofo español.Con todo, Aranguren concluye su libro —al hablar de la tensión de la moral y la religión en el mundo actual—, refiriéndose a otros factores que han influido en la formación y establecimiento de un ateísmo ético. Para ello, recurre a Sartre, Camus y otros autores. Comprende muy bien que el calvinismo y, en general, el protestantismo, han sido componentes del desarrollo moral en Occidente, sin dejar de afirmar la supuesta superioridad del catolicismo como “religión de la gracia del Dios redentor y de la justicia del hombre redimido”.

Sus conclusiones, polémicas, no dejan de observar la importancia de la relación entre la actitud religiosa y la actitud ética. Este es precisamente el mayor aporte de una discusión tan minuciosa de la moral calvinista.

Notas

[1] J.L.L. Aranguren, El protestantismo y la moral. Barcelona, Península, 1995 (Historia, ciencia,, sociedad, 237), p. 139.

[2] Cit. por Esteban López, “José Luis López Aranguren: ética abierta a la religión”, en www.escritos paralaconcordia.or/Aranguren.htm.

[3] J.L.L. Aranguren, Catolicismo y protestantismo como formas de existencia. Madrid, Alianza Editorial (Libro de bolsillo, 760), 1980, p. 27.

[4] Ibid., pp. 125-126.

[5] Ibid., p. 131.

[6] Ibid, p. 140.

[7] J.L.L. Aranguren, El protestantismo y la moral, pp. 148-149.

[8] Ibid., p. 149.

[9] Ibid.¸p. 155.

[10] Ibid., p. 159.

[11] Ibid., p. 165.

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