miércoles, 16 de mayo de 2007

HERENCIA REFORMADA Y BÚSQUEDA DE RAÍCES

Salatiel Palomino López

Calvino vivo. México, El Faro, 1987, pp. 91-103
Iglesia Presbiteriana Manantial, Villahermosa, Tabasco
http://manantial.50megs.com/da04hr.htm

Nuestra iglesia, como parte del concierto universal de los creyentes en Jesucristo, suele trazar su origen denominacional hasta el movimiento reformador del siglo XVI. Más específicamente se identifica con la rama calvinista de dicho movimiento. De acuerdo con este hecho, la Iglesia Presbiteriana en México pertenece a una gran familia (de más de 60 millones de miembros) esparcida por todo el mundo, la que por más de cuatrocientos cincuenta años ha logrado un impactante testimonio cristiano de características singulares.
La tradición calvinista significó, desde su origen, una transformación profunda de valores, ideales, acciones y formas de vida religiosa, social y cultural que intentaron moldear la existencia comunitaria de acuerdo con la enseñanza del Evangelio. Hubo en los inicios de la Iglesia Reformada una eficacia transformadora que marcó profunda huella en el mundo de la época y contribuyó al surgimiento de un nuevo tipo de sociedad, la sociedad moderna. Por esta razón, ahora que celebramos 450 años de la Reforma en Ginebra y recordamos la obra del gran Reformador Juan Calvino, es muy conveniente preguntarnos hasta qué punto, nuestra iglesia en México representa genuinamente los rasgos de la tradición calvinista. Lo más básico y lo más general.
Sin embargo, una de las primeras cuestiones que es necesario considerar es ésta: ¿Vale la pena hurgar en el pasado del calvinismo, como si aquel tuviera algún valor para el presente? Después de todo, ¿para qué insistir en "la tradición presbiteriana" como si no fuera esto contra el espíritu cristiano que encuentra solamente en Cristo la totalidad de su ser y de su identidad? o, ¿no es verdad que Cristo no vino a inventar religiones tales como el presbiterianismo o el catolicismo o el pentecostalismo, etcétera?
Por principio de cuentas es necesario afirmar que si hay algo que caracteriza a la tradición calvinista es su cristocentrismo, es decir, su acentuado amor al Señor y su total dependencia a Él por encima de cualquiera otra autoridad, institución o tradición. La soberanía de Jesucristo, su absoluta finalidad y significación para la vida de la iglesia es el eje central de la identidad calvinista. Tanto en lo doctrinal como en lo práctico, la tradición reformada no conoce otro centro que el que representa su verdadero Señor y Redentor. Él es la fuente y origen de su ser, la fuerza y motivación de todos sus empeños y tareas, el horizonte y estrella que sigue como meta y fin de su peregrinaje. Así que su esencial identidad cristiana está fuera de toda discusión. Todo presbiteriano, antes que nada, aspira, como los discípulos de Antioquía (Hch. 11:26), a ser primeramente reconocido y llamado "cristiano".
De ahí mismo surge el hecho importante de que el calvinismo no pretende agotar la riqueza del cristianismo en sí solo. Se reconoce simplemente como un miembro de la gran familia de los que confiesan a Jesucristo como Señor y están unidos a Él como su Cabeza y Salvador. En otras palabras, la Iglesia Presbiteriana (así llamada por su forma de gobierno a base de presbíteros o ancianos), también conocida como Iglesia Reformada (por haberse originado en la reforma religiosa del siglo XVI) o Iglesia Calvinista (en atención a su más destacado e influyente fundador), se siente unificada y relacionada con la única, sola Iglesia Universal de Jesucristo; y por encima de su singularidad como fenómeno histórico peculiar conocido como "calvinismo", proclama la prioridad de la Iglesia Universal sobre las distintas y diversas formas de agrupación cristiana, ramas o denominaciones que han venido dando expresión a la fe cristiana a través del tiempo.

Tradición e identidad
Pero una vez que hemos armado los nexos de nuestra forma de vida eclesiástica con la totalidad del cristianismo universal y, por ende, la identidad fundamental de nuestra iglesia, es necesario también decir otra cosa. Esta otra cosa es el hecho de que el cristianismo es y ha sido siempre un fenómeno histórico que se ha dado naturalmente a través de mediaciones históricas, esto es, a través de grupos y formas concretas que obedecen a situaciones, factores y condicionamientos históricos específicos que influyen en sus formas de vida y culto, en sus ideas y principios doctrinales, en su percepción e interpretación de la vida cristiana, y en los demás elementos de su militancia religiosa en calidad de denominaciones, movimientos o sectas. Dicho en otras palabras, no existe un "cristianismo puro" en la práctica. Ni siquiera sucedió esto en la iglesia primitiva. Desde entonces podemos observar diferentes formas de expresar el cristianismo. Por ejemplo, el cristianismo de Jerusalén era distinto al de Antioquía. Hubo un cristianismo judaizante, otro internacionalista; un cristianismo al estilo de Pedro y otro al estilo de Pablo; las formas de culto en Siria eran diferentes a las de Corinto. Ciertas costumbres, ideas o formas de vida eclesiástica obedecieron a distintos factores circunstanciales y a la personalidad y estilo de trabajo de los líderes más prominentes. Por supuesto, hay una íntima vena que corre a lo largo de todo el cuerpo de la iglesia en sus distintas manifestaciones y estilos; a través de ese conducto fluye la gracia divina que alimenta e informa a todo el pueblo de Dios y ello constituye lo esencial, eterno, divino e inmutable del evangelio; pero esta gracia imperecedera siempre se da en las formas humanas determinadas por factores históricos y circunstancias concretas.
Es precisamente debido a este hecho que se han generado formas muy prominentes de expresión cristiana cuyo impacto en el mundo es sustancial y permanente. Son formas de vida eclesiástica cuya vitalidad y cuyos efectos perduran a través del tiempo con gran influencia, generando así toda una tradición de cultura religiosa y espiritual. A este tipo de notables formas de vida cristiana pertenece la iglesia presbiteriana; a sus formas de desarrollo a través del tiempo se les conoce como la "Tradición Reformada". Ahora bien, por cuanto los momentos creadores y las épocas originadoras proporcionan todo su perfil y una identidad a los movimientos religiosos, es conveniente recurrir a esos momentos de tiempo en tiempo para recuperar su visión original, sus propósitos y sus metas primitivas, su dinámica interna, su peculiar interpretación de la fe y la vida cristianas a la luz de los desafíos de la época. Esta visitación al pasado donde se gestó toda una tradición suele ser una experiencia vitalizadora y refrescante que puede ayudar a recuperar el ánimo para la lucha y la orientación para el camino. Pero sobre todo, la vuelta a los orígenes es indispensable para el descubrimiento y vigorización de la propia identidad, elemento sin el cual los individuos y los grupos pierden el sentido de su pertinencia y vocación histórica, su actuación se torna ineficaz y su existencia estéril.
Por esta razón es muy necesario hablar y reflexionar acerca de la tradición reformada, corriente de la cual somos parte, subsuelo en el que se hallan nuestras raíces, fuente de nuestra identidad y de nuestra riqueza espiritual, y no se trata de un nuevo afán de orgullo denominacional, infructuoso y anticristiano, sino de una seria experiencia de orden espiritual de la misma naturaleza de lo que el Apocalipsis llama "el primer amor", vivencia que suele inspirar formidables transformaciones y necesarias conversiones.
Cuando con buenas intenciones y mucha ingenuidad oímos protestas de algunos hermanos que rechazan lo "presbiteriano", o lo 'calvinista', o lo 'reformado', como excrecencias inútiles y abogan por un "simplemente cristiano" o un "cristianismo a secas" o muestran un "antidenominacionalismo a ultranza" estamos ante un fenómeno de buena voluntad pero de innegable ignorancia acerca de lo que realmente es la expresión histórica del cristianismo. Tal abstracción ("cristianismo puro") no existe como fenómeno religioso, sólo como ideal espiritual; porque los cristianos somos seres concretos de carne y hueso, por lo que nuestra vivencia de la fe también resulta ligada a una tradición, es generada por ella o es creadora de otra nueva. Quienes insisten en la línea del rechazo a las expresiones tradicionales del evangelio, con mucha frecuencia solamente representan la lucha de otras tradiciones en vías de formación que bregan contra el orden religioso existente para poder establecer el suyo, cosa que a veces parece suceder inconscientemente. Detrás de esto existe un fenómeno de falta de identidad y, al mismo tiempo, una búsqueda de identidad a través de una tradición distinta; o sea, se trata de un fenómeno de inmadurez religiosa.
No obstante, al explorar las raíces de nuestra herencia, es conveniente tener en mente lo que decía, don Juan A. Mackay: "no se puede ser un buen presbiteriano, si se es un mero presbiteriano"; lo cual implica que la propia identidad es al mismo tiempo afirmación de individualidad y relación de unidad con otros semejantes. Y esto nos llevaría a consolidar la identidad de lo presbiteriano con el propósito de contribuir a la universalidad de lo cristiano de esta tensión entre la identidad propia y la identidad de los demás resulta una dinámica muy fructífera que el cristianismo moderno necesita urgentemente para cumplir cabalmente su misión histórica para con el mundo.
Tres rasgos para reflexionar
Ante la imposibilidad de explorar ampliamente la herencia calvinista, en este espacio nos limitaremos a tres rasgos prominentes en ella. No son los únicos, por supuesto, ni son, tal vez, los más sobresalientes, pero forman parte importante de lo que ha integrado la personalidad reformada a través del tiempo. Aquí los mencionamos para compararlos con nuestra realidad eclesiástica inmediata, es decir, con la iglesia presbiteriana en México.
Primeramente hay que hacer referencia a una expresión que describe de manera muy general la iglesia presbiteriana. La expresión proviene de El sentido presbiteriano de la vida, importante e inspirador libro de Juan A. Mackay, a quien ya hemos mencionado. Él llama a la iglesia presbiteriana un pueblo con mentalidad teológica. Yo quiero comentar dos cosas contenidas en esta expresión. Por un lado se hace referencia a un profundo sentido de espiritualidad del presbiteriano que encuentra la existencia toda sometida bajo la providencial dirección divina, razón por la cual toda experiencia encuentra su sentido y razón de ser en Dios. Para Calvino, como para el calvinista, Dios es la fuente última de la vida y de la historia y, por tanto, en Él reside la explicación única y profunda de todo cuanto acontece. Por encima, por detrás y por debajo de la experiencia humana, el calvinista encuentra una sabia, bondadosa y soberana voluntad divina que le mueve a confiar y a referir todo a Dios. Por otro lado, esa mentalidad teológica tiene una referencia intelectual. El presbiteriano ha aprendido a "amar a Dios con la cabeza", en un ejercicio disciplinado de sus facultades intelectuales puestas al servicio del conocimiento de Dios mediante el estudio serio, sistemático y profundo de las Escrituras, las ciencias humanas y la realidad circundante.
Calvino fue un hombre que pensaba en grande. Erasmo de Rotterdam lo consideró el hombre más ilustrado de su época. Por indicaciones familiares Calvino estudió teología. Posteriormente, también en obediencia a su padre, estudió derecho. Estas eran las dos grandes profesiones de la época. Pero luego de que murió su padre, Calvino se dedicó a lo que más le atraía realmente, las letras. Se unió al movimiento humanista y pronto destacó como notable literato y erudito humanista. Siendo el humanismo el movimiento intelectual más importante de la época, puso a Calvino en contacto con la más sobresaliente educación. Todo esto influyó en su posterior ministerio en la Reforma tanto en Francia como en Ginebra.
El humanismo lo puso en contacto directo con las letras clásicas; entre éstas se contaban las Escrituras judías y las cristianas. Esto fue suficiente. En la Biblia aprendió a conocer realmente a Dios. Agregado esto a sus estudios formales de teología y a los constantes juicios y ejecuciones públicas de hugonotes (protestantes franceses) que seguramente Calvino presenciaba en las plazas de París viéndolos morir valerosa y cristianamente en la hoguera, llevó finalmente a Calvino a abrazar plenamente la Reforma y a convertirse en indiscutible teólogo del movimiento.
Todo ese rico instrumental cultural, científico, literario y teológico se advirtió de inmediato en los escritos, las conferencias y las iniciativas pastorales de Calvino. Con reciedumbre y solidez imprimió a la Reforma en Ginebra el sello de su grandeza teológica. Desde entonces, la herencia reformada se precia de ser seria, disciplinada y profundamente teológica. A esto hay que agregar que Calvino se dedicó desde el principio a la enseñanza y fundó la Academia de Ginebra, origen de la famosa Universidad del lugar. Ahí, junto con la exégesis bíblica, y la teología, se enseñaban las ciencias, las matemáticas o el arte, pues el estudio de todas estas esferas es parte de la verdad que fluye de Dios el Creador. Habla que conocer seriamente el mundo, que no es otra cosa que el "escenario de la gloria de Dios". Así, el estudio científico en general iba de la mano del estudio teológico y en nada se diferenciaba de él, ambos nos encaminan en el conocimiento de Dios y de sus obras, ambos, entonces, son parte de la educación teológica y del entrenamiento para el ministerio cristiano.
Necesitamos, empero, preguntarnos si toda esta rica herencia teológica de la tradición calvinista es parte de nuestro actual acontecer eclesiástico. ¿Representamos nosotros también a un pueblo con mentalidad teológica?
Aunque encontramos abundantes evidencias de esta mentalidad teológica entre nuestro pueblo, no podemos dar una contestación afirmativa categórica a la pregunta sin antes valorar algunos hechos comunes entre nosotros. Que un buen número de nuestros hermanos manifiesta un sólido conocimiento de las Escrituras y de la doctrina reformada es un hecho evidente. En casi todas nuestras congregaciones encontramos hermanos que encaran este rasgo peculiarmente reformado. Sin embargo, también advertimos un amplio sector de nuestra feligresía, tal vez mayoritario, que no estudia a fondo la Palabra de Dios y mucho menos se preocupa por ampliar sus lecturas y estudios en la vertiente calvinista. En ocasiones parece haber congregaciones enteras más bien orientadas e influidas por el espíritu de la superficialidad de nuestra época, preocupadas más por fomentar valores de clase media (búsqueda de la prosperidad material y del prestigio social) que por estudiar seriamente la Escritura y explorar la fe cristiana. Este tipo de "aburguesamiento" es contrario al espíritu del calvinismo y deteriora la seria estirpe de su mentalidad dirigida e iluminada por el escrutinio continuo de la revelación y de la historia contemporánea.
En ocasiones hemos visto aun ministros impidiendo el estudio serio de la teología o de otras ramas del saber humano por temor de enfrentar la verdad, o tal vez, por temor a perder su influencia o su poder. Semejante glorificación de la ignorancia es definitivamente ajena a la herencia reformada y razón de muchos temores y atrasos en la tarea teológica de nuestra iglesia. Esto incluye la pobre preparación que algunas veces se da a los ministros y las improvisaciones religiosas que en ocasiones se pueden observar en la vida de las iglesias, en la predicación, en la educación y en otras esferas de nuestra vida eclesiástica en general.
Dentro de este mismo ámbito se debe señalar el hecho de la popularidad de ciertas corrientes religiosas de muy escaso valor teológico y que, sin embargo, han arraigado mucho en nuestras congregaciones. El "dispensacionalismo" se ha vuelto popular a través de las notas preparadas por el señor Scofield, que se han agregado a una versión de la Biblia que se cuenta entre las que más ventas logran entre hermanos evangélicos. La interpretación que el dispensacionalismo hace de la Sagrada Escritura no solamente difiere radicalmente de la enseñanza calvinista sino que, además, ejerce extrema violencia sobre el texto bíblico y distorsiona la revelación. No obstante, para muchos hermanos, las descarriadas nociones dispensacionalistas son tenidas casi en tanta estima como la misma Palabra de Dios y constituyen la doctrina oficial de algunos presbiterianos. Eso es lamentable. En parte se debe al excesivo sensacionalismo de sus interpretaciones escatológicas. La escato-ficción es mucho más apelante al espíritu superficial de muchos de nosotros, que al estudio sereno, menos espectacular y especulativo, pero más sólido del presbiterianismo.
De modo que en estas áreas, la iglesia presbiteriana aún debe aprender mucho y aprovecharse mejor de su herencia reformada.
Pasemos al segundo rasgo seleccionado para nuestro comentario de esta ocasión. Se trata de la amplitud de la visión teológica del calvinismo. Fuertemente impactado por el mensaje escritural que abarca la totalidad de la experiencia humana y que se refiere a cada esfera de la vida no sólo la espiritual y religiosa, sino también la material, ya sea económica, política, moral, artística, social, laboral, vocacional, etc., el calvinismo, fiel al Dios revelado en las Escrituras y a su voluntad soberana, ha dado cabida dentro de su sistema teológico también a la totalidad de la experiencia humana.
El calvinismo nunca desdeñó la reflexión y el estudio y la discusión de todo tipo de temas relacionados con la experiencia humana. A pesar de que la Reforma surgió en relación con la discusión de un tema específicamente religioso y se concentró en la noción protestante por excelencia: la justificación por la fe, Calvino fue mucho más allá y desarrolló la doctrina de las vocaciones diarias de la vida, según la cual toda esfera de actividad humana es santificada y traída a la obediencia de Cristo, quien es el Soberano Señor de toda área del vivir y del transcurrir humano y social. Igualmente la doctrina de la creación tanto en las implicaciones de la idea de la imagen de Dios en el hombre, como en la noción del mandato cultural según el cual el hombre debe gobernar sobre la baja creación administrando la totalidad de la vida humana para la gloria de Dios, proveyó el espacio y la orientación para reconocer que la teología y la vida cristiana deben estar interesadas e involucradas en toda suerte de actividades y problemas humanos.
Es bien conocido cómo Calvino llevó a la vida práctica de Ginebra su comprensión teológica de la vida. La organización social de Ginebra, la educación, la salud pública, la vida política, la actividad económica, todo fue estructurado de acuerdo con un modelo bíblico para la vida humana. Para él no sólo la iglesia estaba destinada a expresar la realidad teológica, sino que la totalidad del ser y la totalidad de la composición social humana debían también expresar el designio divino. De alguna manera el ideal del Reino de Dios era la visión que determinó la Reforma en Ginebra y desde ahí floreció para el bien de muchos otros pueblos.
Frente a la amplitud y vastedad del proyecto teológico de Calvino, seguido posteriormente y en diversos grados de imitación en distintas partes de Europa, y frente a la incorporación de sus ideales y modelos en muchos otros proyectos eclesiásticos a través del tiempo, nosotros debemos admitir honradamente que nuestra iglesia no representa de manera apropiada la gran herencia reformada.
Por principio de cuentas hay que reconocer la desviación teológica que ha alimentado nuestra doctrina y nuestro espíritu como iglesia. Somos herederos no del espíritu calvinista sino de un problema doctrinal surgido en Ios Estados Unidos. Me refiero a la controversia denominada "fundamentalista". Dicha controversia, originalmente intento de ortodoxia, llegó en versiones posteriores a degenerar en verdadera herejía. Fue en esta etapa que se moldeó mucho de la mentalidad eclesiástica y doctrinaI de nuestra iglesia en México. Todavía hoy muchos ministros identifican la Tradición Reformada con el fundamentalismo. Nada hay más erróneo que esto. Porque si bien la doctrina reformada es bíblica y ortodoxa, no es, ni con nada, fundamentalista. El error del fundamentalismo consiste en haber deformado al evangelio y la doctrina reformada hasta reducirlos a un simple ejercicio religioso sin conexión con la realidad. Primero se volvió a la dicotomía griega que se perpetuó en la herejía maniquea. Luego de disociar lo "espiritual" y lo "material", el fundamentalismo se engañó creyendo que lo único que importaba al evangelio era lo espiritual y abandonó la realidad material como algo inaccesible y sin importancia para los efectos de la doctrina "supuestamente cristiana", convirtiéndose así en un fanatismo oscurantista que cedió la mitad del evangelio y exaltó su propia mitad como si fuera el todo. No contento con ello, y en aras de una triste ilusión que lo llevó a sentirse campeón de la ortodoxia y la sana doctrina; se inventó enemigos a cada paso para justificar su existencia. Destruyó así el verdadero espíritu calvinista y se volvió hermano espiritual del santo oficio o santa inquisición asumiendo características anticristianas.
En nuestro caso, dicha deformación reduccionista es responsable del gradual abandono de la Tradición Reformada y de su visión teológica global. Por ello aún creemos que el evangelio es algo simplemente para los templos, cuestión del alma, pero sin eficacia ni relación con la vida diaria. Por eso nuestra iglesia rehúsa cumplir su función de orientación teológica en los aspectos diarios de la vida. Una prenda de ello es su pretendida apoliticidad y su negación a estudiar, reflexionar y expresarse sobre asuntos de trascendencia ética, social o económica. Para algunos hermanos hasta la caridad cristiana y el servicio social a la comunidad resultan sospechosos por lo menos, si no totalmente fuera del ámbito de la "verdadera" misión cristiana de la iglesia, que se entiende en esta versión reduccionista como simplemente "salvar almas" como si estas no fueran también seres históricos.
Tal situación, me parece, delata una franca retirada de la mejor tradición calvinista y presbiteriana. Amerita de parte nuestra una verdadera conversión al evangelio y al calvinismo, una conversión teológica.
Vengamos, finalmente, a nuestro último comentario; esto es, sobre el tercer rasgo de la herencia reformada que amerita reflexión. La haremos brevemente. Se trata del concepto reformado de la iglesia y de las relaciones eclesiásticas.
Los reformadores nunca pretendieron "fundar" otra Iglesia. Su seriedad teológica les impedía ser sectarios. Ellos amaban a la "única", "sola", "une" iglesia del Señor Jesucristo. Siempre confesaron esa sola iglesia. Su propósito y su anhelo fue sola- mente la reforma de dicha única iglesia. Si las presiones que se ejercieron sobre los reformadores los colocaron fuera del ámbito eclesiástico tradicional oficial, no fue por causa de sí mismos, sino de quienes los "expulsaron". No obstante, Calvino y Lutero buscaron la unificación no sólo de todos los grupos reformados, sino aun la unidad de la iglesia universal. Se afirma que Calvino dijo haber estado dispuesto a atravesar los siete mares si con ello hubiera podido lograr la unidad de la iglesia. En esto se muestra una característica muy propia de la herencia reformada. Es una combinación de firmes convicciones en la defensa de la verdad cristiana y caridad cristiana abierta al diálogo con los que piensan de manera distinta, con el propósito de buscar la profunda unidad que liga a todos los creyentes en un mismo Cuerpo.
Por esta razón, como lo expresamos al principio, el calvinismo nunca se ufanó de su singularidad ni se exaltó a sí mismo como denominación o movimiento confesional a costa de la iglesia universal. Antes bien, reconoció que la totalidad de la verdad evangélica no reside con exclusividad en grupo alguno, sino sólo en la plenitud del Cuerpo de Cristo, al cual se debe nuestra lealtad esencial y prioritaria. Si la reforma es evidentemente una lucha honrada y absoluta por preservar la verdadera enseñanza del evangelio y, por tanto, es fuertemente polémica y controversial, también es verdad aunque en esto no se haya hecho tanto énfasis en tiempos recientes en nuestra iglesia que la Reforma consideró la unidad de la iglesia como parte de esa verdad que con tanto celo defendió.
De ahí que resulte extraño el aislamiento que caracteriza a nuestra iglesia. No es acorde con la mejor expresión presbiteriana. En nuestra manera de ser como denominación se hace notorio nuestro celo y nuestro separatismo. No mantenemos relaciones fraternales ni con los otros grupos más próximos a nuestra tradición. Desde 1971 decidimos aislarnos aun de la gran familia reformada representada por la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas. Es verdad que diferimos con algunas tendencias del Consejo Mundial de Iglesias y que no apoyamos un ecumenismo que sacrifica la integridad del evangelio o desvía la actividad misionera cristiana, pero no podemos por ello negarnos al afecto fraternal y a la relación cristiana que es esencial al testimonio del evangelio y a las demandas de Jesucristo. Nuestra voz debe participar en el concierto de Ios cristianos; aún si no para otra cosa, para manifestar desde las plataformas del diálogo nuestra inconformidad o nuestros puntos de vista. Nuestro aislamiento no sólo hace evidente nuestra inmadurez social, es también una infidelidad al evangelio, un apartamiento de la tradición reformada y un escándalo para el mundo incrédulo.
El llamado permanente
Volver a escuchar Ios acentos de la gloriosa voz reformada es experiencia de gran valor y muy saludable. Se nos recuerda nuestro pasado. Se pone al descubierto nuestra estirpe. Se nos aviva la fe. Se reencuentran las raíces. Se afirma la identidad. Se abren nuevos mundos, amplios horizontes, renovadas posibilidades para la actividad, para el cambio, para la transformación y renovación de nuestra iglesia.
Queda bien claro que no podemos caer en el error de vivir sollazándonos en las glorias del pasado. No se trata, por otro lado, de repeticiones estériles o imitaciones grotescas de experiencias ya superadas. No. Se trata de revalorar lo que somos, de un re-encuentro con el espíritu dinámico de nuestra identidad histórica para realizar Ios necesarios movimientos y reajustes pertinentes a nuestra situación y a nuestro contexto. Si podemos resumir la naturaleza de lo que aquí se demanda en términos de la Reforma misma, seleccionaríamos la frase que corre desde el siglo XVI y que se originó en Holanda: Ecclesia Reformata semper reformanda, esto es, "La Iglesia Reformada siempre reformándose". O sea que estamos ante la demanda de dar cumplimiento a esta esencial cuestión del espíritu del calvinismo: la reforma permanente de la iglesia por medio de la obediencia a la Palabra de Dios y al Espíritu Santo. Lo cual, en nuestro caso, exige muchas reivindicaciones, muchas correcciones en la orientación de nuestra vida eclesiástica, muchos arrepentimientos, muchas conversiones, mucha reflexión sobre el sentido de nuestra vida denominacional y de los necesarios cambios de actitud y de actividad.
Dicho esto en otras palabras, anotaremos que el mirar al pasado mediato e inmediato de nuestra tradición reformada nos lleva al re-encuentro de nuestra identidad y de nuestras raíces y engendra en nosotros de nuevo y en renovados matices el permanente llamado de Dios a no conformarnos a este siglo, sino a transformarnos por medio de la renovación de nuestro entendimiento para experimentar la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.

3 comentarios:

Moises Colop dijo...

Muchas gracias por estos recursos, muchos de ellos hasta ahora casi desconocidos.
Les deseo bendiciones de Dios,
Moises Colop

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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